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La peor cita de mi vida con un tacaño extremo

En este mundo las personas se clasifican en tres tipos basándonos en su relación con el dinero: los despilfarradores (yo soy de ese team), los prudentes y los tacaños. Sin saberlo, tuve una cita romántica con un tacaño extremo y ha sido la peor de mi vida. Prepárate para reír conmigo.

Son varios los sinónimos para definir a las personas a las que les duele gastar el dinero: avaras, codas, duras, mezquinas, agarradas o cuentachiles. Pero más allá de una aprehensión por el dinero, la psicología explica todo un perfil para este tipo de conductas. 

Un tacaño extremo es una persona retraída, que suele guardarse todo para sí mismo, no sólo lo económico, sino las emociones también. Y no necesariamente sufren de una mala situación económica. 

Su avaricia se vuelve obsesión y, por lo tanto, una patología. Convivir con ellos no es nada sencillo y mucho menos establecer una relación o vínculo. Otro gran problema es que estas personas no se consideran tacañas, sino ahorradoras o buenas administradoras del dinero y de los bienes. Y lo que pueden llegar a hacer por ahorrar es de no creerse. 

Una vez salí con un tacaño extremo, pero más que una historia de terror, es una de comedia porque toda la cita fue increíble, así es, de no creerse nada. ¿Por qué salí con él?, ¿cómo lo conocí? Sé que te estarás preguntando esto…

Él es arquitecto y en ese tiempo trabajaba en un reconocido despacho que tiene oficinas en Monterrey y en la CDMX y era el jefe de proyecto de una de mis amigas. Yo estaba soltera y tenía un buen rato así porque estaba reparando mi corazón roto, si quieres esta historia, entra AQUÍ para leerla. 

Entonces mi amiga hacía todo para que saliera y conociera a nuevas personas y volviera a creer en el amor. Yo sabía que no quería comenzar una relación amorosa de ningún tipo, ni formal ni ocasional, pero lo que sí me gustaba era salir y conocer personas. 

Yo soy muy parlanchina y por donde quiera hago amigos, eso es un don de familia, nos hacemos amigos hasta de las piedras, nos dicen. Además una de las cosas que más disfruto es detear o salir a citas románticas. Por ello acepté que mi amiga me presentara a su jefe. 

Obviamente lo primero que hice fue stalkearlo en Facebook. Era un tipo muy delgado, alto y con una barba muy bien delineada (con eso me convenció). Sus redes eran muy diplomáticas, solamente compartía sus exitosos proyectos de trabajo. Pero mi amiga me contó que tenía un rato soltero, que vivía con su mamá y una hermana menor. 

Comenzamos a mensajearnos para irnos conociendo y luego de un par de semanas, él me invitó a cenar. Yo le propuse que fuéramos a ver un partido de futbol a un bar, algo más relajado, aceptó el plan aunque me dijo que no le gustaban los deportes. 

Foto: Pixabay

Yo fijé el lugar, un bar de hamburguesas, alitas, papas y cerveza, que está cerca del Ángel de la Independencia. El precio promedio para comer allí es de 150 pesos por persona y sales bien comido y con un par de cervezas en la panza. 

Soy una mujer muy independiente, así que para mí no es importante que pasen a recogerme a casa, no necesito chófer. Por lo que le dije que nos veíamos en el bar a las 7 y él estuvo de acuerdo.

Llegué antes, él venía del sur de la ciudad y tenía que tomar varios metros, pero no entendía por qué no iba en su auto. Yo me moría de hambre porque no había podido salir a comer, así que le dije que iba a ir ordenando y le pregunté qué le pedía, me respondió que nada, que veía el menú en cuanto llegara.

Llegó y todavía estaban preparando mi hamburguesa, así que en la mesa solamente había una cerveza de bote. Me dijo que se moría de sed y le pidió a la mesera un vaso de agua, ella le dijo que tenía botellas de medio litro, pero él le indicó que agua de la llave. 

Foto: Pixabay

Le pregunté por su auto y me contó que lo había dejado afuera de un metro para no gastar tanta gasolina ni estacionamiento. Además, me dijo que evitaba la zona porque tenía que mover su auto a cada rato para evitar pagar el parquímetro. En ese tiempo se hubiera gastado máximo 10 pesos por una hora, como 2 pesos por 15 minutos.  

Vio la carta y mencionó que por el momento no tenía hambre, que había comido muy bien. Eso sí me pareció una descortesía porque me había invitado a cenar y él iba sin hambre. La mesera le recomendó un montón de cervezas comerciales y artesanales y se hizo del paladar delicado y ninguna lo convenció… según. 

Yo no podía creer que no quería nada, pero pensaba que era “especial” y no le había gustado mi concepto de bar “deportivo”. Pero le di la opción de movernos en cuanto yo comiera, él me dijo que no, que se sentía bien allí, que lo importante era platicar. 

Foto: Pixabay

La conversación se tornó a una entrevista en la que él me preguntaba y yo respondía. De pronto llegó mi hamburguesa con papas y por cortesía le dije que si gustaba, me dijo que sí y tomó una papa, pero después otra y así continuó hasta que se las acabó, literal yo solamente me comí una de la orden, que dan muy bien servida. 

En ese momento me di cuenta que el tipo era un tacaño, porque sabía que a mi amiga le pagaban bien y él era su jefe, así que no era cuestión de que no tuviera dinero. 

En ese lugar las hamburguesas las parten a la mitad porque son gorditas, y mientras él se acababa mis papas, yo le daba a una parte de mi hamburguesa, pero como muy lento y además yo era la que estaba hablando más, así que le di ventaja.

Me preguntó si me iba a acabar mi hamburguesa, yo no daba crédito de lo que estaba pasando, pero quise pensar que tal vez quería compartir porque no tenía tanta hambre y era obvio que yo no me iba a acabar todo. 

Le invité la otra mitad porque no tenía de otra, la cual se devoró rápido. Yo pedí un refresco y él volvió a pedir otro vaso de agua de la llave. Mientras esto pasaba, no dejaba de contarle por chat a otra amiga lo que pasaba. 

Ella me aconsejaba que me fuera, que huyera de allí, yo no sabía cómo salir de eso. No podía creer que me había invitado a cenar un hombre que se estaba robando mi comida y solamente pedía vasos de agua de la llave. 

Yo siempre pido postre, pero decidí no hacerlo porque sabía que también me lo iba a robar. Así que mejor le dije a la mesera que nos mandara la cuenta y a él le pareció una gran idea para salir a caminar un poco.

La cuenta llegó y por supuesto que ni por error tomó la comanda, claro, en su cabeza él no había pedido nada, todo me lo pepenó a mí. Pagué mi cuenta, fui a lavarme las manos y salimos del bar sin terminar de ver el partido que estaba en el segundo tiempo. 

A mí me gusta la equidad, así que no esperaba que él pagara la cuenta, pero tampoco me parecía justo que si los dos comimos el plato, no dijera nada. Y cerveza no le ofrecí porque sabía que se la iba a terminar tomando él. 

Si hubieran podido ver mi cara de sorprendida de lo que estaba viviendo, se hubieran muerto de la risa, como lo hicieron mis amigas al día siguiente cuando les conté indignada que me había robado la cena un arquitecto que ganaba mucho más que yo y que se veía muy decente.

Foto: Pixabay

Él pretendía que fuéramos a caminar sobre Reforma un rato, para no gastar dinero, por supuesto, y que luego me acompañaba a mi casa, pero yo me despedí poniendo de pretexto que estaba cansada y quería llegar a darme un baño y dormir. 

Me insistió mucho en llevarme a mi casa y platicar un rato más, pero yo no quería que fuera a beberse las cervezas de mi refri, porque obvio que sí tenía hambre y sed, solamente que no quería gastar nada porque tacaño extremo.

Nos despedimos esa noche que fue la única que salí con él, obviamente. Pero para él fue una gran cita y pensó que íbamos a repetir, siguió insistiendo para vernos otra vez, pero yo no quería volver a salir con alguien que iba a robarme la comida para ahorrarse dinero. 

Yo sí puedo comprarme mis papas y no tengo tema en compartir, pero jamás con un tacaño extremo

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Vanessa Pérez Vanessa Pérez

Subdirectora digital y experta en periodismo rosa, apasionada de contar historias, del futbol y del cine de terror. Durante los años que ha ejercido el oficio periodístico, ha coleccionado historias tuyas, suyas y NUESTRAS. Ahora... llegó el momento de contarlas. 

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